VIDAS PRESTADAS
“Nuestra vida es
puro celuloide”, exclamaba mi padre en su portentoso papel de director mientras
yo me ladeaba para percibir mejor su rostro flemático y pausado al contraluz
irreal de los focos. Contemplaba los gestos enérgicos con los que ordenaba los
cambios de vestuario matutinos, las intervenciones y diálogos de las sobremesas
y demás pormenores de nuestras fílmicas existencias cotidianas. Mamá, desde
hacía mucho tiempo ya, se conformaba con ser una simple figurante sin guión con
la que Papá compartía las migajas insolentes de otros grandes estrenos que
rodaba en la alcobas de la exuberante furcia de turno del burdel de la esquina.
Nuestra vida era
una secuela de la nada. Un remake
nefasto de la postergación. Al cabo de muchos rodajes oscurecidos por los
coléricos arrebatos de Papi-director y por la podredumbre que la falta de
attrezzo nos exigía comenzamos a
rodar tristes episodios de serie B. Nada vergonzoso si no fuese porque
siempre habíamos soñado con ser una familia respetable del Paseo de las
Estrellas. Pero las estrellas nos habían abandonado al igual que los aplausos.
Y al final, me vi solo en la última butaca de un cine en el que mi destino me decía ‘Adiós’.
Pedro Pujante Hernández
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