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UN PROBLEMA DE
PESO
Pilar Fernández Bravo
Desperté a mi vecina. Debía de estar
profundamente dormida porque hasta el quinto timbrazo no abrió la puerta. Le
señalé el gentío congregado a mi espalda, a través de la ventana, y le expliqué
que en medio de nuestra calle había una ballena. Ella me miró con los ojos
medio cerrados y me dijo: “Como no tenemos que sacar el coche del garaje —era
domingo—, no veo dónde está el problema”. Acto
seguido se encogió de hombros y me cerró la puerta en la cara, como si
encontrarse un cetáceo de sesenta mil kilos encallado frente a la puerta, en
pleno Madrid, fuera cosa de todos los días.
Volví a casa y descorrí las cortinas. La
calle estaba repleta de periodistas y cámaras de televisión. El pobre animal
sobrevivía a duras penas.
De no haber sido por el agua que algunos
vecinos acarrearon durante horas, la ballena habría muerto.
Al día siguiente la noticia llenó las
primeras páginas de todos los periódicos. Hablaban de la solidaridad de la
gente, de la especie a la que pertenecía la ballena… Pero nadie se preguntaba
cómo había llegado hasta mi
puerta.
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