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REMINISCENCIAS
Ricardo Moya Salas
La lluvia comienza a hacer acto de presencia.
Cada gélida gota que acariciaba su cabeza parecía despertar un recuerdo,
liberándolo del oscuro ostracismo del olvido. Su reflejo en los charcos le
devolvía la mirada, no del anciano que era, ni del recio joven que fue. Sino la
del niño que gustaba de pasear bajo canalones que descargaban la lluvia sobre
él. Chapoteaba, emulando a Gene Kelly, aún mucho antes de saber quién era. Por entonces se satisfacía con saltar
sobre los charcos y correr bajo la llovizna, jamás hubiera cometido la osadía
de bailar o cantar mientras le caía un aguacero. Por mucho que le apeteciera, el miedo al ridículo lo
atenazaba. Ahora, sin embargo, era distinto. Ya no le importaba qué pensaran u
opinaran de él unos desconocidos. Pues eso era todo el mundo para él desde
hacía meses, unos completos desconocidos. Incluso había momentos en que no
estaba seguro de recordar quién era él mismo. De entre todos los desconocidos,
uno en particular lo observaba con una sonrisa. En ella no se intuía burla,
sino más bien una melancolía alegría. Los ojos del joven brillaban. Días más
tarde recordaría que era su hijo, para volver a olvidarlo.
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