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La sala dormida.
Los bostezos y
ensoñaciones de Foxy, la primera sala a la que fui a ver una película, se
vieron entrecortados por las amargas voces de los operarios.
Hacía casi un
lustro desde que comenzó el letargo de la pequeña Foxy, pero aún más desde el
principio de su declive.
Ya nadie
reparaba en ella, era como una anciana que esperaba sentada en la calle, era
una sombra que pasaba desapercibida dentro del ajetreado entorno de la ciudad.
Primero el
video, después el DVD y por último internet, esos fueron los virus que
infectaron y malograron a la pobre Foxy.
Ayer asistí a la
subasta del local, pero el buen corazón y las manos vacías no lograron vencer
al empresario. El hombre que miró codicioso el terreno en el que se encontraba
la cálida reminiscencia de mi infancia, también se llevó consigo una parte del
pasado de toda la ciudad.