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OJOS NEGROS Alberto Palacios Santos
Apareció en mi puerta una mañana de noviembre. Traía en las
manos una revista o un catálogo de algún producto demasiado
caro procedente de un país demasiado frío. Tenía los ojos perfilados de negro,
la luz de mi bombilla, desnuda, se reflejaba en cada uno de ellos. Me preguntó
si podía pasar y, por un momento, sentí vergüenza por mi casa sucia, desordenada,
quizás con algún olorcillo ácido o dulzón. Le hice sitio, quité papeles del
sofá, papeles de la mesa, de las sillas, hice un camino con papeles en las
veredas.
―Te gusta leer.
―En realidad no, pero no sé hacer otra cosa.
Extendió su catálogo, desplegó las imágenes brillantes sobre mi
mesa manchada de tinta, un vaso vacío o medio vacío nos miraba desde un rincón.
Me hubiera gustado comprarle todo lo que fuera que vendiera, me
hubiera gustado hacerle sitio en mi casa, cocinar para ella, dibujar un mapa
para encontrarla todas las noches entre mis sábanas revueltas.
Se rió con tristeza cuando le ofrecí pagarle en letras, después
se levantó y se fue cruzando lentamente los senderos de papel.
Tenía los ojos más negros que jamás leí.
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