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LA CÁMARA DE FRÍO
Vicente Lloret López
Había llegado la hora del baño, como solían decir a todos los que
entraban en aquella fría cámara y que esperaban no llegase nunca ese momento
fatídico. Temían que en cualquier momento fuesen los elegidos para que,
echándolos en aquellas profundas calderas de agua hirviendo, terminaran
abrasados y con la piel soltándose
de la carne. No sabían que se podían encontrar tras la puerta de acero.
Únicamente oían gritos y golpes de metal contra metal y de vez en cuando,
crujidos y desgarros.
Era un sin vivir continuo.
Habían llegado nuevos compañeros, que los colocaban en la parte más alta
de la cámara, para que el frío no les afectase tanto, y de abajo, empezaron a
sacarlos en tropel, cayéndose algunos al suelo y pisoteándolos como si fuesen
escoria.
La puerta de acero se volvió a cerrar de golpe y lo único que podíamos
hacer era animarnos los unos a los otros.
Silencio. No se oía nada tras la puerta. Todo había terminado.
¡Pero no!
Un grito aterrador volvió a poner la maquinaria en marcha.
-¡Verduritas salteadas para dos y solomillo en su punto!
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