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LA NIÑA DE AGUA
Ana Isabel Velasco Ortiz
El abuelo contempló a la recién
nacida y sentenció.
―Esta niña es de agua.
Y cierto es, que su llanto no lo
calmaba ni el sonajero, ni el pecho materno. Sólo cuando sumergían el pequeño
cuerpo en aquel barreño de burbujas tibias, las lágrimas desaparecían.
El corretear bajo la lluvia fue
su entretenimiento preferido.
La madre acabó por resignarse.
―Ya se sabe. Los niños, siempre
están jugando.
Pero el abuelo, negó con la
cabeza.
La joven, no podía dedicarse a
las labores del campo. Su delicada piel, se deshacía en jirones con el calor
del sol y le venían unas altas fiebres, que le minaban, entendimiento y salud.
El padre maldijo.
―¡Pues sí que es delicada esta muchacha!
Pero el abuelo exclamó: “Quiá”
Una fría mañana de invierno
emprendió el camino de la ciudad en busca de trabajo. Nunca llegó a su destino.
Primero fue buscarla sin resultado. Luego, llorarla sin consuelo.
Desde aquel día, el abuelo no ha dejado de murmurar.
―Que la ciudad tiene mar… Que la
niña no lo pudo resistir… Se enredó entre las olas y ya no quiso regresar.
1 comentario:
Precioso relato.
Un saludo.
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