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HOJAS SECAS
Marisol Mariño Oviaño
Contempla
el jardín abandonado y la verja oxidada... ¡Qué estragos ha hecho el tiempo!
¡Qué triste y sucia le parece su casa! Han pasado ocho años y el niño que lleva
de la mano no para de hacer preguntas. Ella suspira y piensa: ¿Por qué regresé sin avisar? Solo quería darle la buena noticia a
Raúl, íbamos a tener un hijo.
Avanza hacia la puerta y ve las contraventanas de madera con las
fallebas rotas, balanceándose con el viento. Las palmeras secas y la maleza
creciendo libremente.
Le quema la
llave en la mano, teme que al cruzar el umbral el pasado aparezca de nuevo con
toda su crudeza.
Allí estaba
ella, hermosa, desnuda, con su rubia melena sobre la almohada y riendo entre
los brazos de Raúl. Aquella risa alegre, inolvidable, era la risa de su hermana
Sara.
Todo fue
muy rápido, varios disparos y luego el silencio. Alguien tapó los cuerpos. Le
quitaron el arma y la alejaron de allí.
Al empujar la puerta sólo las hojas secas salen a su encuentro.
1 comentario:
Una buena historia muy bien contada. Felicidades Marisol
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