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AUTORRETRATO EN BLANCO
Josep Lluis Micó Sanz
La maestra les pidió que dibujasen su autorretrato. La niña
trazó un óvalo sobre el papel y lo observó durante unos segundos. Los ojos
empezaron a picarle. Cuanto más se los frotaba con los dedos, mayor era la
desazón. En el instante en el que el escozor remitió, se dio cuenta de que se
había borrado los ojos de la cara. Se asustó y gritó. Lo hizo con tanto miedo
que se llevó ambas manos a la boca, y también esta desapareció por completo:
labios y cavidad. Sin ojos ni boca se concentró en oír lo que sucedía a su
alrededor. No percibió ni uno de los sonidos característicos de su clase. Se
restregó las orejas con angustia y notó cómo las dos se iban desvaneciendo. No
le quedaba más remedio que respirar con la máxima intensidad para seguir
sintiéndose viva. Pero, con cada aspiración, la nariz se le iba deshaciendo.
Hasta que se quedó sin la única facción del rostro que conservaba.
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