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TRES ENTRADAS CENTRADAS
Pocos entienden mi manía. ¡Pobres mortales, custodios de la coherencia!
Ignoro, sin darles importancia, los necios cuchicheos que surgen a mi paso, y que siento pegados al cogote cuando me sitúo delante de la taquilla. Deposito el importe de mis entradas, más una pequeña propina para la taquillera, por reservarme, siempre, las mismas tres localidades, en el centro exacto de la sala de proyecciones.
- Buenas noches Elvira, por favor, ¿mis entradas?
- Aquí las tienes Javier, las tres centraditas como siempre. Espero que disfrutes con la película de hoy.
Cae, tras de mi, el pesado cortinón de terciopelo y avanzo seguro, dejando resbalar mi mano por la esquina superior de las primeras butacas de cada fila, hasta ocupar la butaca central de mi reserva, para garantizarme que mis dos asientos laterales queden libres.
Merece la pena disfrutar de la audición perfecta de la película que ofrecen estos novedosos equipos de sonido, sin ser perturbado por los molestos ruidos que emiten los afanados vecinos, rumiando los últimos granos de palomitas sin abrir o sorbiendo el escaso liquido resultante del deshielo de los cubitos que abarrotan los gigantescos vasos de refresco ya vacíos, sobre todo, para un invidente como yo.
FIN
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