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INEVITABLE
Siempre, tras apagarse las luces de la sala, comenzaba a soñar. Era inevitable. La gran pantalla me absorbía de tal manera que me resultaba imposible recordar quién era en realidad. Me metía en la piel de uno de los personajes de la película y pasaba a ser parte de él. Veía por sus ojos, sentía por sus dedos y por sus labios. Asistí a mil proyecciones y viví mil vidas. Cada incursión en el cine se convertía en una metamorfosis, en un viaje imaginario y fantástico a momentos y lugares que formaban parte, en el mejor de los casos, de un mundo imaginario e inaccesible para mí. Pude besar las bocas más cálidas y acariciar los cuerpos más deseados. Amé hasta la extenuación y mi alma se carcomió por el odio. Maté y fui asesinado. Reí como un demente y lloré hasta notar como mi corazón se rompía, incapaz de aguantar tanto dolor. Sentí tanto y con tal intensidad que temí perder la cordura.
Siempre, tras encenderse las luces de la sala, comenzaba a soñar. Era inevitable. Soñaba que volvía al día siguiente, y que se hacía de nuevo la oscuridad.
FIN
Fernando Paniagua Martín Alcorcón (Madrid)
1 comentario:
Está claro, el cine atrapa hasta cinfines insospechados...
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