Imagen Internet (Pintando el cartel de la película Juana de Arco, Barcelona años 50) |
LA EXTINCIÓN
Paseaba en silencio por
el taller sintiendo que los recuerdos cobraban vida. La luz que atravesaba el
ventanal, el ruido de sus zapatillas al caminar, los olores de aquel lugar. Todo
resultaba inconfundible. Acarició la vieja radio con la punta de los dedos
oscurecidos por la pintura. Siempre funcionaba a la hora de trabajar. Le
gustaba escuchar música de Miles Davis, Thelonius o Sinatra porque creía que
entre el jazz y el cine había una relación demasiado profunda, casi ancestral. Su
última obra seguía apoyada contra la pared. Había tardado casi una semana en
pintar ese cartel para el estreno semanal del cine Valladares. Estuvo colocado
en la fachada hasta anteayer. Los propietarios le avisaron del cierre. El
Valladares era pequeño, familiar, artesanal como su propio trabajo. Pero el
encanto y el romanticismo no sirven para liquidar las deudas y la competencia
de los multicines resultaba voraz. Él tampoco podía luchar contra las
impresiones digitales así que cerró la puerta del taller. Guardó en los
bolsillos las llaves y las manos y se alejó lamentando que un viejo oficio, el
de pintor de carteles de cine, se había extinguido para siempre. Y tristemente,
a nadie pareció importarle demasiado.
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