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AMADA
MÍA
Amada
mía: Todas las noches te observo en silencio, temeroso de que nos reconozcas a
mí y a mi timidez; admiro tus movimientos de un lado al otro de la pantalla, la
sensualidad que desprendes con cada paso que das, con cada primer plano de tu
rostro, que nos deja boquiabiertos a los de allí y a los de aquí.
Te miro, te desnudo, te poseo y, arropado por la oscuridad
de la sala, lloro no por no tenerte sino por que sé que nunca te tendré, que nunca serás mía. Me esfuerzo, una y
otra vez, por atraer tu mirada pero tú sólo tienes ojos para él. En todas las
sesiones desearía que también me abofetearas a mí y en más de una ocasión me he
contenido para no saltar de mi butaca sobre su cuello y estrangularlo cuando es
él quien te maltrata. Sólo me apaciguo cuando veo desnudar tu brazo de ese
infinito guante de terciopelo negro.
La luz de la sala me aparta de ti, pero no sufras más,
amada mía, lo tengo todo pensado. Acabaré de una vez por todas con esa farsa de
matrimonio.
© Diego Iglesias Solano
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