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Tu sonrisa me da pago
¿Quién pudo sospecharlo? Te
descubrí cuando tus ojos eran ineludiblemente grises y tu rostro se esculpía en
mármol, en el tiempo que las palabras se leían y, después, al deslizarse los
cortinajes, se inventaban. Mórbidamente te deseé, hora es de confesarlo, cuando
tus facciones se tornaron rígidas, bajo la luz cinérea, mientras una sombra
oscura acechaba frente a tu alcoba y se aprovechaba de nuestra inocencia,
todavía estática. ¿Recuerdas? Por aquel entonces yo vestía un traje a rayas,
bebía bourbon y sonreía con las comisuras torcidas cuando me hablabas,
rebelándome ante tu ágil respuesta, siempre dialéctica y a menudo tan
seductora. Mas ocurrió que tus mejillas se cubrieron de rubor y el carmín de
tus labios contrastó con el cárcamo de tu mirada, poseída de toda inspiración,
mientras juraste como jamás se volvió a pronunciar juramento alguno, engarzada
entre la convicción en contrapicado y el travelín revelador. ¿Cómo no amarte en
aquel remoto atardecer?
Hoy, próximo al fundido en negro y natural the
end, sigo buscándote en la vieja sala de terciopelo carmesí, por si
apareces; y, si bien ahora comprendo la ausencia de recursividad de tu querer, pícara,
embaucadora, tu sonrisa de croma me da pago.
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