ANTIGÜEDADES
Las dos siluetas coincidieron en la
puerta del local cuyo destartalado cartel, “EMPEÑOS DE CINE”, era la única nota
de color en la oscuridad del callejón. El hombre, alto, atlético, con una
oscura melena que le daba aspecto fiero preguntó:
–¿Tambien viene usted a…?
–Sí –contestó la menuda mujer.
–Yo vengo por primera vez. ¿Llama
usted?
La mujer pulsó el timbre dos veces
seguidas y una más larga. Esperaron.
–Malos tiempos –dijo el hombre,
hablador–. El viejo cine ya sólo interesa a coleccionistas o excéntricos. Somos antigüedades. Y menos mal
que existen estos locales. Yo traigo mi taparrabos, el que llevé en mi primera
película.
Dentro del local se encendió una luz y
abrió la puerta un anciano.
–Entren, siéntense y esperen a ser
atendidos. –Y desapareció tras un mostrador.
El hombre miró el rostro apagado de la
mujer.
–¿Puedo preguntarle qué empeñará usted?
–dijo.
–Una canción…
–¿Una canción…? ¡Qué pena!
Ella entonó bajito: “Somewhere over
the…”
–¡La conozco, sí! ¡Entonces es usted…
–¡Siguiente! –interrumpió el anciano
tras el mostrador.
–...la chica de los zapatos rojos…!
La mujer se levantó despacio y se
volvió hacia él.
–Era –dijo con tristeza–. Esos ya los
empeñé.
2 comentarios:
Un relato maravilloso. Enhorabuena a Andrés.
Felicidades Andrés! Un precioso relato.
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