Foto Cartel propiedad de la productora |
Una de miedo
Acudía cada tarde al pase de las ocho. Aunque iba sólo, compraba dos entradas y ocupaba una sola butaca, siempre la misma. Hacía ya meses que la taquillera venía observándole. Aparentemente era un chico normal. De no ser por su presencia diaria podría pasar totalmente desapercibido. Los empleados de la sala nos preguntábamos cuanto tiempo habría estado asistiendo a la misma sesión hasta que nos percatamos del curioso ritual. “¿Qué sentido tiene que un muchacho venga al cine sólo cada día, aunque pasen la misma película del día anterior?
Aquella tarde, como tantas otras, sacó dos entradas, accedió a la sala y se sentó en su butaca. Las luces se apagaron. Acompañé a una familia hasta las localidades contiguas a las suya. Por error, con mi linterna, alumbré el eterno asiento vacío provocando que una pequeña espectadora se sentara en él. Le oí susurrar: “Este asiento está ocupado. Mi madre ha salido a comprar palomitas. La estoy esperando”. A mi mente acudió el titular de la página de sucesos de años atrás: “Mujer atropellada a la puerta del cine. Junto al cuerpo, en el suelo, sollozaba su pequeño hijo, rodeado de palomitas”.
María del Mar Suárez Buenafé (Madrid)
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