Crítica de ‘Piaf’, el musical |
Miércoles, 19 de Mayo de 2010 20:15 |
“Cantar es una forma de escapar. Es otro mundo”, Édith Piaf. Si encarnar a un personaje carismático y querido por millones de seguidores es, por lo general, una tarea difícil, mucho más lo es atreverse con una personalidad angulosa y algo oscura como la de Édith Giovanna Gassion, encumbrada al Olimpo de la canción francesa como Édith Piaf. Una vida ajetreada, un pasado turbulento, un sinfín de tragedias y una voz prodigiosa conforman la radiografía esencial del “gorrión de París”, a quien sus seguidores otorgaban la cualidad de hacer “sonar bien” hasta el listín telefónico. Ante un cóctel de esta magnitud, sólo una actriz de gran calado podría ser capaz de recorrer todos los entresijos de la cantante francesa y profundizar en su complicada psicología, aunque imitar su voz rasgada e inconfundible esté vetado sólo a algunas privilegiadas. En cambio, la argentina Elena Roger, no sólo nos recuerda a Piaf, sino que llega a mezclarse con ella, a confundirse, con todo lo que ello implica. Je Ne Regrette Rien, La vie en rose o L´hymne a l´amour no sólo suenan de manera exquisita, sino que lo hacen con el sello personal con el que la artista gala cautivó a millones de seguidores en todo el mundo. No en vano, su magnífica actuación la llevó a conseguir el prestigioso Premio Olivier a la ‘Mejor Actriz’, un galardón limitado a las grandes estrellas de la escena londinense. Al margen de Elena Roger, cabe destacar el ritmo frenético con el que se desarrolla la obra, que a menudo incluso impide corresponder con aplausos a las actuaciones musicales que se suceden a lo largo de la misma. La iluminación, otro factor importante, consigue recrear de manera fiable los tonos lúgubres y nocturnos que siempre estuvieron presentes en la vida de Piaf –ataviada siempre con sus vestidos de color negro–. Sorprenden los focos que siguen a la cantante durante sus actuaciones, una luz directa que consigue teñir a la protagonista en blanco y negro, creando una interesante ilusión óptica: sobre el escenario, quien nos canta parece la propia Édith Piaf, con sus movimientos, su ropa, su timbre de voz. Otro de los elementos simbólicos es la propia decoración: un escenario-calle que aglutina los dos lugares clave en la vida de la artista. A lo largo de la obra, los oscuros callejones de París se transforman en las tablas de los mejores teatros de Francia o Estados Unidos, que de manera inmediata vuelven a poblarse de adoquines que nos recuerdan los orígenes de la cantante. Un musical cargado de dramatismo y potencia artística, que corona a Elena Roger como todo un referente en la escena actual. |
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