Foto Internet del film "Lo que queda del día" propiedad de la productora. |
FILA OCHO
Los dos entraron comiendo palomitas y sorbiendo ruidosamente sus refrescos. Comentaron algo en voz alta sobre un tal Nacho quien, por lo visto, les había dado plantón. Alguien les chistó desde las últimas localidades. Sentí que no tenía obligación de buscarles acomodo puesto que la sesión había comenzado hacía más de un cuarto de hora. Sin embargo, apelando a mi profesionalidad, me decidí a hacerlo. Alumbré dos butacas juntas bastante centradas en la fila ocho. El cine estaba lo suficientemente lleno como para que se hubiesen mostrado satisfechos por la ubicación que les había sabido encontrar. No fue así. Al contrario, pude ver en sus rostros, iluminados por las sábanas tendidas que el viento agitaba en la pantalla, una mueca disgustada a medio camino entre el disgusto y un fastidio infinito. Tendida la mano, esperé en vano una propina mientras el protagonista, el joven galés de la gorra a cuadros que soñaba con ser actor, descubría una mancha de sangre en el puño de la camisa de su mejor amigo. Me acerqué al que más rabia me dio y le hablé al oído para que nadie más pudiese escucharme. Le adelanté que el asesino era el mayordomo de Lord Sutherland.
David Vivancos Allepuz (Barcelona)
2 comentarios:
Pocas veces reparamos en la figura del "acomodador". Meha gustado la actitud de este, en particular. Saludos.
Muy bueno
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