Películas
de ayer, y de siempre
Lo más condenadamente frustrante al salir un jueves de
julio del cine no es la soledad que sientes por haber ido sin nadie a tu lado,
lo más jodido es que a las ocho y media aún ilumina el sol de verano y la gente
reconoce, claramente, esa soledad en tu rostro. Eso, y que después de varios
años sin saber nada del recuerdo más eterno, de improvisto te lo encuentres frente
a ti:
-Hola,
Mario.
-Hola.
-¿Qué
tal la película?
-Artificial,
mugrienta, incompleta, extrema, destructiva, apócrifa, odiosa, irracional,
absurda, quimérica, aciaga y demasiado estigmática.
-Vaya,
parece un film basado en nuestras vidas.
-Exacto.
-¿Y
cómo acaba? Supongo que tendrá un final trágico, ¿verdad?
-Por
supuesto. Él muere ahogado en su orgullo…
-¿Y
ella?
-Desquiciada
por intentar volver al pasado para pretender cambiarlo.
-Mario…
Me marché sin decir nada más, agotado, y con el sentimiento
de culpabilidad excesivamente acentuado por haberle desvelado el final de la
película.
Miguel Alayrach Martínez (Segorbe) Castellón