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MEMORIA SILENTE
Ángeles Mora Álvarez
Matilde está frente a la misma ventana desde hace tantas mañanas que ya
no puede recordar cuántas. Con la calidez del sol se adormece su consciencia y
el recuerdo se le oscurece.
La cristalera se convierte en pantalla y el movimiento que hay detrás
queda convertido en una película igual de muda que las de entonces. Vive en un
cine improvisado en el que las luces no se apagan y la música ha enmudecido.
Sus ojos, ausentes entre párpados cansados, observan labios de los que
escapan palabras sin sonido, tacones que pasean enmudecidos y risas de las que
se ha evaporado el tintineo. Se esfuerza en buscar la música del piano que
acallaba al proyector pero su ausencia le contesta con el silencio.
La echa de menos. A los diálogos no, las letras escritas en la pantalla
hoy no le dirían nada, todo lenguaje se le ha vuelto ajeno.
La vida sigue tras los cristales y en su película particular el mismo
final de siempre se acerca novedoso. Un encuentro inesperado entre la
protagonista de la historia y el enfermero que, con sonrisa de galán, empuja su
silla de ruedas para devolverla a la habitación.
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