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ANTES Y AHORA
Graziela E. Ugarte Muñoz
Había mucho movimiento alrededor: música de
fondo, risas, conversaciones… Adriana, sentada a mi lado, lucía en el anular el
brillante, y sus destellos irisados se perdían en los recovecos de la sala
color ámbar. Ella, orgullosa, complaciente me miraba con ternura. Mientras, yo,
de refilón, sin perder esa media sonrisa que tan bien lucía, observaba a otras
mujeres que se fijaban en mí. Fumaba despreocupado y sostenía una copa en la
mano. Era joven, y me sentía capaz de conseguir cuanto quisiera.
El bullicio no me deja escuchar la música; a mí alrededor la gente ríe de forma estridente y las voces chillonas me irritan. Apuro la tercera copa en aquella misma mesa, solo, sin dejar de fumar. La edad y el escaso pelo me han convertido en un espectro, invisible a los ojos de los demás, pese al ruido de mis toses. Entre los vapores del alcohol que enturbian mi mente, pienso que mi vida no ha sido como esperaba. Aunque observo que el color ámbar de la sala es el mismo.
El bullicio no me deja escuchar la música; a mí alrededor la gente ríe de forma estridente y las voces chillonas me irritan. Apuro la tercera copa en aquella misma mesa, solo, sin dejar de fumar. La edad y el escaso pelo me han convertido en un espectro, invisible a los ojos de los demás, pese al ruido de mis toses. Entre los vapores del alcohol que enturbian mi mente, pienso que mi vida no ha sido como esperaba. Aunque observo que el color ámbar de la sala es el mismo.
Gracias por publicarlo. La foto lo ilustra bien.
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