Era gris; viejo,
frío, acogedor y gris. Por eso nos gustaba. Lo derribaron cuando comenzó el
milenio nuevo.
Ella venía todas las semanas, los
viernes por la tarde, para aprender a soportar la soledad futura. Le gustaban
las películas lentas. Tenía trece años, catorce años, quince años… No tenía
prisa. Pasillo, butaca azul, ¿o roja? Maldita memoria. Nunca nos descubrió.
Aprendió a vibrar a 24 por segundo. Irradiaba más luz que el proyector cuando lloraba, reía y sonreía. Observarla nos
volvía ratas dignas, aunque grises.
Después del último viernes, no
volvimos a verla. Una bola de hormigón, gris, hizo polvo nuestra guarida de los
sueños, los de ella y los nuestros, ratas cinéfilas soñadoras.
Hoy, cuando ya hemos perdido la cuenta de los años, apareció frente al
teatro que nos han construido en su lugar. La estuvimos observando, no diremos
desde dónde.
No hubo viernes suficientes para curar su soledad futura, y anda buscando
cines ruinosos de infancias pasadas, que les devuelvan el brillo a sus ojos
grises.
La echamos de menos, ojalá lo supiera.
Mª Teresa Martínez Hidalgo
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