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El cine de San Adrián
Le cogí la mano
después de haberme comido el paquete azul de galletas con sabor a anís. En la
pantalla el detective Charlie Chan había dicho que Fu-Manchú mataba con “diabólicos
conocimientos y aberrantes métodos”. Verena se sobrecogió, y me di cuenta que debía
protegerla. Habíamos visto el anuncio de la película el domingo anterior. Nos
había llamado la atención el título, El
misterioso Doctor Fu-Manchú y el cartel que acompañaba a la película de un
hombre mayor con un bigote que colgaba de las comisuras
de los labios, un sombrero negro con coleta y un traje palingpao académico de color amarillo. La historia se refería a un
médico que había perdido a su esposa e hijo en la rebelión de los Boxers, y que se dedicaba a matar a los
colonialistas que habían ganado tal contienda en venganza por lo que le había
sucedido a su familia.
—¿Tienes miedo? -pregunté en voz muy baja.
—No, pero no me gustan esos cuchillos
curvos -respondió Verena.
—Nunca los compraré para nuestra
casa -dije con una sonrisa.
—Eres peor que ese chino ¡Solo tenemos
diez años! -contestó apretándome
la mano.
José Luis Caramés Lage
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