EL CINE INFANTAS DE MADRID, TRANSFORMADO EN SUPERMERCADO |
CINEMASCOPE
Parados frente a la vitrina, merengue
cielo en tus dulces labios; charol negro en mis zapatos con calcetines altos,
para una tarde oscura oro de luz en los charquitos después de la tormenta.
Miramos despuntados
fotogramas clavados al tapiz con oxidadas chinchetas; no vemos de qué va ni nos
importa. De puntas alcanzamos las entradas, puerta de todos nuestros sueños;
seis escalones, la araña inmensa del vestíbulo; la Gaggia monobrazo reina del bar semioculta entre montones de patatas
fritas.
Apartar el pesado
terciopelo rojo, percibir el denso olor de la sala cerrada y húmeda.
La intimidad desde un
rincón, butaca de madera sin ruidos; el mágico haz de luz salpicado de motitas
de polvo cortando la oscuridad desenfocado hasta la pantalla y el monótono
sonido del rollo y el silencio y tu mano tibia y nuestros labios inocentes en
el inacabable armonioso y brevísimo instante de una tarde.
Desandarlo más
deprisa y a oscuras con los créditos para no llegar tarde a casa…
- Señora, ¿quiere
bolsas?
- ¿Cómo? ¿Perdón?
- Que si va a querer
bolsas para la compra.
- No gracias, las
tengo en la taquilla.
Atrapados por sorpresa en un cine que
ahora es un triste supermercado.
© Lara Comín Company (Sueca) Valencia
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