LA MAGIA DEL CINE
Me quedé
profundamente dormido, o eso creía yo, pero una espesa capa de chocolate empezaba a cubrir mi cara;
desperté empapado entre sudores con sabores dispares. Mis manos eran
nubes de algodón; su textura blanda e inconsistente me hizo sollozar y de
mis ojos brotaron unas lágrimas de dulce caramelo derretido. Me estaba
volviendo loco con aquella metamorfosis agridulce y traté de gritar muy fuerte
y lo único que salió de mis labios fueron pompas de chicle con sabor
a fresa.
No podía salir de mi asombro, quizás también porque
estaba dentro de un envoltorio de piruleta que me hacia girar sobre mí
mismo.
Cuando creí que ya no podía escaparme de ese tiovivo,
mi madre me zarandeaba con fuerza
gritándome al oído:” despierta de una vez y deja de hacer el mono, otra vez tú,
tus sueños y pesadillas por quedarte hasta las tantas viendo esa película absurda:
Charlie y la fábrica de chocolate, serás majadero, no creo
ni que pueda despertar tu inútil y estúpida imaginación,” pero allí estaba bien
calentita aquella rica taza de chocolate que había aparecido como
siempre, sin que nadie pudiese explicarme quien la dejaba sobre mi mesa cada
mañana.
Un relato muy dulce. Saludos.
ResponderEliminarUn dulce despertar, con lo rico y excelente que es el chocolate.
ResponderEliminarSaludos