Foto cartel propiedad de la productora |
AQUELLOS CINES DE VERANO
Cuánta añoranza invade recordando aquel cine de verano, en el pueblo natal de mamá, al aire libre, bajo un inmenso tul acogiendo estrellas – fijas y errantes -, y en la entrada debíamos adquirir nuestra silla plegable entre un montón de sillas apiladas. Aquellos murmullos. Desconcertantes rumores mientras buscábamos el lugar idóneo para disfrutar del film. La indescriptible sensación electrizante al apagarse los focos dando comienzo la película, iluminando cualquier espacio de entusiasmo. Y durante el cambio de cinta, aprovechábamos para ir al lavabo o sacar el bocadillo envuelto en papel de plata. Comprábamos una coca-cola fría en botella de cristal compartiendo pajita. Nuestra pantalla quedaba en la pared central del frontenis y los altavoces unos enormes bafles alargados, dispuestos por las esquinas. Haciendo mella a través de unos ojos empapados de emociones. También cuando se producía el integral silencio y reconocíamos los cánticos de unos grillos pletóricos de amor, mientras envolvía el embriagador olor de azahar. Ahora, me siento dichoso viendo a los niños cómo ríen, comen palomitas, sueñan desde estas confortables butacas numeradas. Aunque sinceramente, no logro olvidar aquel cine de verano. Cuando jamás existían las prisas y todo nos simulaba eterno.
Muchas gracias por la publicación.
ResponderEliminarMi enhorabuena por vuestra labor.
Saludos cordiales.
Vicente Gómez Quiles
Es un relato enternecedor que me trae muy buenos recuerdos de mi infancia. Felicidades al autor
ResponderEliminarNo tuve el placer de conocer ningún cine de verano ya en mi época pero, por lo que se relata aquí, es normal que se les eche de menos cuando se han conocido. Sí, este mundo transcurre demasiado aprisa.
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