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Julio Cortázar (imagen internet) |
SUEÑOS Marc Horneros Prunes
Cortázar se acercó con paso seguro y
decidido. Tenía claras sus intenciones y no pensaba, como había hecho durante
toda su vida, tirar atrás en esta decisión. Era su momento, no había duda.
Tenía la posibilidad de completar y vivir su sueño, un sueño idealista y
romántico que siempre había esperado deseoso y había creído alejado de la
realidad. La irracionalidad se concretaba, aunque eso le hacía perder belleza
en su concepción fantasiosa y romántica. No sabe si se acabara arrepintiendo y
destrozara sus quimeras fantasiosas pero sabe, con una total e indudable
seguridad, que es imperante dar el paso y decidirse para no pasarse la segunda
mitad de su vida preguntándose la famosa frase del “y si…”, después de haberse
pasado la primera mitad deseando tal ideal sueño.
Cortázar ya estaba llegando. Sus manos le
temblaban, su tez se descoloría asemejándose a las magníficas, elocuentes y
proporcionales obras neoclásicas, y el sudor empezaba a gotear como de sí un
brollador se tratase. Su corazón le palpitaba cada vez a más velocidad, como si
fuera a explotar del temor que le producía llegar a un momento tan deseado y esperado
como el que estaba a punto de vivir.
Llegó.
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