LA LAVADORA Mercedes Senent García
Aquella tarde, cuando me llevaron a jugar a casa de mi prima, sospeché
que algo malo estaba pasando, pero por algún motivo, no querían decírmelo.
Sabía que el doctor había estado viendo a mi madre. Solo al llegar a casa por
la noche, mi padre me sentó en su regazo y con lágrimas en los ojos, me contó
que mamá pasaría unos días en el hospital, ya que estaba enferma. Tenía algo
así como una depresión. No sé porque papá estaba tan triste y lloraba como
nunca antes lo había visto. Cuando acabó de explicarme donde estaba mamá, se
secó las lagrimas y me ordenó cariñosamente que pusiera la mesa, pues el abuelo se había encargado de hacer la cena.
Aquella noche, como otras tantas, comimos conejo frito con tomate y tortilla de
patata. Pasé la noche intranquila abrazada a mi abuelo.
Al día siguiente papá nos trajo una lavadora nueva. Esta era automática
y sólo apretando un par de botones se ponía en marcha. Así, el abuelo lo
tendría más fácil con la ropa. Cuando llegué a casa, después de jugar, el
abuelo seguía frente a la lavadora, mirándola absorto.
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