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ILUSIÓN
DE TINTA
Yohanna Hernández Higueruela
Aquel sonido chirriante de las viejas puertas al
tornarse desgastadas, el olor a madera y a polvo, el sentirse tan rodeado de
gente con la que ni siquiera tenía que hablar y, sobre todo, el mundo de nuevas
historias, historias ajenas, que se abría ante sus ojos cada vez que visitaba
el número 36 de su calle, fue
convirtiéndose en la medicina que no había hallado aún, en el lugar donde
encontrar en forma de palabras toda la felicidad que un día la vida le quitó y,
poco a poco, se fue recomponiendo, en parte gracias a los ojos verdes de la chica que alegraba su corazón
cada tarde, al cruzar el umbral de la biblioteca y, sin pensar mucho en ello,
como suceden las cosas más hermosas de la vida, se fue enamorando de sus
palabras, de aquel ingenio que la caracterizaba y todo el
dolor de su vida pasada fue quedando
atrás. Se decidió a compartir el resto de su vida con ella, y ya no estuvo
nunca más solo porque lo acompañaba aquella chica, aquella ilusión de tinta del
estante nº367 que nunca había tenido el suficiente interés para nadie excepto
para el hombre cuya alma salvó.
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