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Horizonte
mortecino
Aquel amanecer papá llegó tarde a casa y manchado de barro. Mamá,
mientras lo esperaba, iba del sofá a la ventana y de esta al baño; parecía enloquecida; no escuchaba.
Intentábamos explicarle las
posibles causas que lo podían retener fuera a esas horas. La agresividad y la
tristeza vivían en sus ojos. Lloraba sin descanso.
Cuando papá habló por fin,
mamá, estaba vuelta de espaldas, y se agarraba a las cortinas. Al principio, no
conseguimos entenderlo. Tenía la voz ronca, y parecía sediento. No quiso tomar
agua. Le pedimos que nos contara su tardanza y la de Juanito.
La tormenta volvió las calles
un arroyo, murmuró entre dientes, cuando
salía del cine con mi hermano pequeño. Ponían una de tsunamis. A
ellos les chiflan los efectos especiales y
quisieron verla. Les llamaba la atención ver el océano desbordarse de esa manera tan brutal. En los
últimos óscar esa película se llevó uno por sus efectos.
Papá gritaba a mamá que “porque
a Juanito, nunca le obligaron a
aprender a nadar;” él, con lo poco que practica ese deporte, no consiguió rescatarlo de la boca de la
alcantarilla.
Calamanda Nevado Cerro
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