La suerte de Buñuel
—Podría ir yo… —sugirió
Yolanda desde la tercera fila de repasadores del Centro de Restauración. Su
jefa, no muy convencida, se sentía abrumada de trabajo, por lo que no reparó en
jerarquías y acabó asintiendo.
Yolanda cogió el coche para negociar la
compra de la película con el anticuario y, en ese viaje a Portlligat, su tesis
doctoral dejó de ser una compilación de teorías ridículas escondida en el tedio
de un trabajo que duraba demasiados años. «Ya basta», se dijo con determinación.
Consiguió la película y regresó al Centro
para comprobar la autenticidad de las imágenes. Como había apuntado Yolanda en
su hipótesis tiempo atrás, se trataba de la primera mirada de Buñuel estampada
en los fotogramas de un nitrato de los años treinta. Lorca y Dalí nadaban en
una cala de la Costa Brava,
hacían piruetas y saludaban ante el ojo mecánico del joven director. Poderosa
maestría y sencillez. «Esa humanización de los grandes cuando ni siquiera saben
que lo son», pensaba Yolanda mientras admiraba aquellas imágenes.
El primer film de Buñuel veía la luz
por la intuición de Yolanda.
«Esa genialidad de los pequeños cuando
descubren quiénes son», pensaría Buñuel desde su tumba, contento de su suerte.
Sofía García Martos
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