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EL DOBLE
Y al final se le fue la cabeza; empezó a
delirar. Un soleado día de mayo se levantó de su silla de ruedas y blandió su
bastón llamado Tizona contra imaginarios enemigos tocados con turbantes;
después trató de gobernar su cama con las sábanas en una carrera invisible de
cuadrigas alrededor de la habitación contra el resto de ancianos; se empeñó una
y otra vez en separar las aguas del dispensador de planta, mientras aseguraba
que ese era el único remedio para acabar con la marabunta; y acabó por gritarle
al celador que apartara de él sus sucias patas de maldito mono asqueroso...
En definitiva, las mismas historias que siempre nos contaba cuando
éramos niños, pero esta vez sus ojos tenían un brillo especial, puede que por
efecto de la medicación. Aunque, no sé, yo no lo tengo tan claro... ¡Es que el
abuelo se parecía tanto al Mayor Dundee!
Diego Iglesias Solano
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