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¡TOMA VÁLIDA!
Aquel
día, rodábamos la última escena de esa maldita película del oeste. Mi
coprotagonista, Elisa Valbuena, y yo interpretamos a dos amantes de relación
tortuosa. Ambos moríamos, disparándonos mutuamente a bocajarro, en un abrazo
final.
Parecía
que la toma no terminaba de agradar al director, esposo de mi “partenaire”. Insistía
en que no conseguíamos alcanzar el dramatismo necesario.
¿Cómo
podíamos imprimirle esa tensión contenida para hacer creíble la tragedia, si
ambos estábamos pletóricos?
En
cuanto acabara la sesión, teníamos preparados los billetes de avión para huir juntos,
sin importarnos el mundo. Ya estaba bien. Durante una década habíamos sido intermitentes
compañeros de rodaje y perpetuos amantes. ¡Por fin, seríamos protagonistas de nuestra
historia de amor, sin guionistas!
En
la octava toma, los dos abrazados e inmóviles en el suelo, escuchamos la
deseada frase:
- ¡Toma
válida! ¡Fin del rodaje!
Me
levanté de un salto. Ella no se inmutó. Alguien había cambiado las últimas balas
de fogueo por unas reales.
En
la ceremonia de la entrega de los Goya, el desconsolado viudo recogió el premio
póstumo que otorgaron a Elisa, como mejor actriz protagonista.
Él
era su esposo y yo, al fin y al cabo, solo fui su eterno amor.
María Celia Martínez Parra
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