Mar y lluvia
La lluvia cae sobre mí, como una
fina cortina de intriga, mientras miro al mar que yace en calma delante de mí.
Tan solo es alterado por la tormenta, como yo; aunque a diferencia del mar yo
no sé qué estoy haciendo aquí.
Entonces
le veo acercarse y cobra un sentido. Lleva un paraguas rojo.
Me
giro hacia él cuando está a tan solo un par de metros de mí y sus ojos me dicen
todo sin necesidad de palabras. Me besa; es un beso lento, dulce, delicioso. De
película.
Pasan
unos segundos antes de que todo comience a oscurecerse a mi alrededor, me
siento confusa hasta que me fijo en algo más.
Veo
que el negro mar no es agua, sino personas que se comienzan a levantar de sus
butacas; veo cómo cuando se encienden las luces de la sala el horizonte entero
se ilumina. Pero yo me apago, voy desapareciendo poco a poco hasta apenas ser
una sombra en contraste con la pantalla.
Y,
una vez más, esos son los únicos fugaces segundos en los que sé lo que está
ocurriendo; porque tengo la absoluta certeza de que en la próxima proyección
habré olvidado de nuevo el final.
Inés Pelegrín Cañadas
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