Foto propiedad de la productora y/o distribuidora |
Arrebato
Gabriel Ariza a sus treinta y ocho años, vivía para los western y para
Irene. En lo primero, era un especialista; en lo segundo, un sufridor. Estaba
locamente enamorado de una compañera de trabajo. En silencio: su timidez le
impedía lo contrario.
Gabriel llegó a la taquilla de los cines Fleta, solo, otro sábado más
en sesión de noche. Como siempre, lo hacía en el último momento, cuando todos
los espectadores ya aguardan impacientes el inicio de la película y su entrada
pasa inadvertida.
El acomodador le guió e iluminó su butaca, la única vacía. Y en ese
instante comprobó que el azar le tendía una emboscada: en la contigua, le
esperaba Irene con su apestoso y nuevo novio.
Se le revolvió el estómago y a unos metros de ellos, alargó su mano
derecha, extendió los dedos índice y corazón hacia delante y el pulgar arriba,
y apuntándole a la sien, a lo Clint Eastwood, susurró: “El mundo se divide en dos, los que encañonan y los que cavan; el revólver
lo tengo yo, así que coge la pala y… lárgate de aquí”.
Lástima que no fuera suficiente y sus piernas le flaquearan
al avanzar.
© David Moreno Sanz
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