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jueves, 11 de octubre de 2012

EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA, de Juan Calderón Matador. (Una propuesta de análisis, por Ricardo García Fernández)




EL DESTINO NOS ATA Y NOS DESATA, de Juan Calderón Matador.
(Una propuesta de análisis, por Ricardo García Fernández)

   El nuevo poemario de Juan Calderón Matador, El destino nos ata y nos desata, es el planteamiento lírico de una concepción amorosa. A lo largo de su lectura, los poemas funcionan como las distintas piezas de única manera de entender el amor, tema principal de la obra. Este sentimiento, como se verá a continuación, se caracteriza por la pureza, la fidelidad, el carácter platónico y una combinación perfecta entre espiritualidad y sexualidad, expresándose siempre a través de la serenidad y la reflexión con unos recursos formales que entretendrán a cualquier analista.
   La pureza de este amor se hace patente en cuanto se levanta como una emoción cuya fuerza no se ve reducida al género. El sujeto poético tan pronto se expresa en femenino como en masculino; y la figura amada, es amada ante todo sin importar si es masculina o femenina (Me pregunto cuál es tu nuevo rostro,/ si serás Él o serás Ella). Podría interpretarse como bisexualidad, si se quiere, o como la superioridad del amor por encima de  prejuicios y convenciones.
   A pesar de que múltiples rostros amados (imagen obsesiva del autor) se entrecrucen, siempre queda la sospecha de que sean el mismo con distintas formas; se reniega de aquellos que no cumplen esta creencia; y el canto a la fidelidad es una constante. Para reparar en ella bastaría con analizar las imágenes que se refieren a las personas que podrían irrumpir en la relación: una alimaña que canta “melodías de sangre y de colmillo”, una mujer haciéndose pavesas “entre sus propias llamas”, “ladrones/ que puedan sustraer nuestro rescoldo”, “pájaros hambrientos” que buscan la rapiña…
   El carácter platónico se manifiesta en las numerosas ocasiones en las que se presenta una búsqueda amorosa en continua oscilación entre lo alcanzable y lo inalcanzable. Predomina el enamoramiento repentino, profundo y luminoso; la alarma de su fugacidad y el deseo de que permanezca. Y, ante todo, lo que se expresa con más insistencia es la idea de que el enamoramiento equivale al reencuentro con el ser amado de una vida anterior, ya olvidada: “Dime, si es que lo sabes, / en qué lugar lejano/ asumimos la vida codo a codo./ El tiempo,/ travieso duende,/ nos ha borrado el rastro de otros ciclos”.
            La espiritualidad cubre por completo el tratamiento amoroso hasta el punto de poder hablar, sobretodo a partir de la segunda parte del poemario, de misticismo. De esta manera, a la unión amorosa se le llama “comunión”; en la mirada del amado se ven señales de Dios y la vida con él se entiende como “oración”. La sustancia embriagadora y placentera que coincide con el encuentro absoluto con el otro, denominada “licor” y repetida tantas veces por los místicos españoles, también aparece aquí. Sin embargo, en estos poemas el otro no es Dios, sino el amado; y no se refiere a una realidad abstracta tan difícil de desentrañar: “Antes de anochecer/ eran ya prisioneros/ de aquel dulce licor desconocido.”
   La utilización de la figura de Dios parece realizarse de una manera popular y folclórica. Cuando se le menciona se formula un deseo, encarnando la idea de destino o azar: “Dios mío,/ que no pase de largo.”
   Por otro lado, esta espiritualidad es combinada armónicamente con un fuerte erotismo de evidente carga sexual: “Ensalivo la flecha/ me hundo en ti”.
   El tema del amor, presente en toda la obra, despliega otros subtemas como el destino, elemento articulador de la concepción amorosa en cuanto al platonismo y la espiritualidad, y motivo evocador del título general; el paso del tiempo, preocupación por la que se invita al Carpe Díem amoroso; y la muerte. Algunos poemas, excepcionalmente, sorprenden por el tratamiento magistral de alguno de estos temas con independencia al del amor. Por ejemplo, aquellos que retratan a un suicida, a los avaros herederos de un fallecido, o a una mujer cuyas lágrimas por la pérdida del ser querido le impiden percibir la visita extraterrenal de este.
   Estilísticamente, esta temática se desarrolla mediante numerosas figuras. Entre ellas cabe destacar  la utilización del símbolo y la metáfora. La simbología más destacada es la de los elementos (aire, fuego, tierra y agua), que podría conducir a la clasificación de los poemas según el elemento dominante en cada uno de ellos, como también podrían clasificarse según los sentidos (vista, gusto, oído, olfato y tacto) presentes, que refuerzan la sensualidad y el erotismo del discurso. Aunque en menor medida, también llama la atención el uso de símbolos cósmicos, acorde con el misticismo y la espiritualidad, como el Cangrejo y el Carnero, designando sus respectivos horóscopos.
   En cuanto a la utilización de metáforas, predominan las que Victoria Escandell, entre otros, denomina “metáfora de identidad” y según la cual un primer término, imaginario, se une a un segundo, real, mediante la preposición “de”: “con las hebras de mosto de tu pubis”. En segunda posición, queda la metáfora unida a su término real mediante una aposición: “La vida,/ ese vaivén que lleva el río”.
   En otra ocasión se podrán desarrollar otras cuestiones, como el de la selección e innovación léxica en palabras como “calofrío” o “otoñeciendo”.
   Métricamente, esta poesía se caracteriza por el uso de un verso blanco, sin rima, cuya medida oscila del verso trisílabo al alejandrino, predominando el heptasílabo junto al eneasílabo y el endecasílabo, combinados con plena libertad en cada una de las composiciones. Se podrá observar que siempre es el verso el que se adapta al contenido y no al revés. Y que las unidades sintácticas coinciden con las métricas, logrando un equilibrio y una armonía casi renacentista, que se rompe a partir de la tercera parte del poemario, a través de numerosos encabalgamientos, sugiriendo el final de la obra, la ruptura del encuentro con el poeta, los suspiros que lanzan los desenlaces: “luego canta la noche/ el aria del adiós, mientras regreso”.
   El lector puntilloso reparará en algunas irregularidades métricas. Pero el lector doblemente puntilloso se percatará de su clara intencionalidad y el efecto que se logra mediante estos procedimientos. Por ejemplo, frente a la ausencia de rima se podrán encontrar algunas asonancias. En “Aún guardan las sábanas el eco/ de bravas galopadas./ Cajas sin fondo, los balcones/ le dan albergue al último jadeo.”, dicha asonancia evoca el mismo eco del que hablan los versos. Frente al sistemático uso de la sinalefa, en ocasiones se rompe. Así, refiriéndose al recorrido por el cuerpo amado, se dice en un endecasílabo “vereda a vereda, poro - a poro”, produciéndose una breve pausa al final del verso, emulando el ritmo lento del sensual recorrido. Incluso la ruptura de diptongos se llena de significado, como en el endecasílabo “girando un quitasol insinu - ante”, donde el alargamiento en la pronunciación de la última palabra, inspira el movimiento descrito en el contenido.
   En conclusión, y sin querer anular otras opiniones, podrá afirmarse que el lector, entre estas páginas, descubrirá numerosos hallazgos. Quien tenga un mínimo de sensibilidad, podrá disfrutar con su lectura y desentrañar no sólo una concepción amorosa y una visión general de temas universales, sino también una poética formal que analizar y, por qué no, también juzgar de aquí en adelante.
     Ricardo García Fernández                                                                                                   

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