Foto cartel propiedad de la productora |
EL ABANICO
Indagaba sobre los sentimientos de las diosas del cine. En la biblioteca hacía mucho calor. Proyectaban la última película de Greta Garbo: “La mujer de las dos caras”. En el intermedio, una adolescente ocupó la butaca de al lado. Me miró, le sonreí, pidió que le sostuviera el abanico y, en un instante, inició una retahíla que me dejó absorto. Dijo: “No poseo talento ni deseo aprender, pero disfruto haciendo representaciones. Mi evasión es vivir vidas ficticias, historias donde no tenga que ser la niña torpe y pobre que aparento. La necesidad impulsa mi egoísmo, evitando miserias y desesperanza. Mi padre dice que no es fácil cambiar las cosas, pero que soy tozuda y que si algo me gusta voy a por ello, que estudie y me prepare para la vida. Tengo quince años y quiero ser actriz. Sé que voy a conseguirlo”. Le pregunté su nombre. “¿Qué cómo me llamo?... Greta… Greta Lovisa Gustafsson”. Cerré los ojos un momento, los restregué con mis dedos trémulos y, al abrirlos… Greta ya no estaba. Un sueño, había sido un sueño. Al salir, aún receloso, un joven tocó mi hombro y dijo: “Oiga, se ha dejado un abanico en la butaca contigua”
Juan Carlos Somoza García (La Coruña)
Juan Carlos Somoza García (La Coruña)
Me ha gustado mucho este relato. Felicidades por el a su autor y a vosotros por publicarlo
ResponderEliminarEl final del abanico es muy bueno. Enhorabuena a Juan Carlos. Saludos.
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