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Verdugo
Un chasquido. Otro trozo de vida segado para siempre. El hombre deja a un lado sus tijeras y, casi con reverencia, conduce a su última victima al sepelio que le aguarda para toda la eternidad: el contenedor donde acompañará a sus semejantes caídos.
Son ya muchos los que han perecido víctimas de la irracionalidad y la intransigencia, de las que él se ha convertido en el brazo ejecutor. Conforman un abigarrado montón de oportunidades perdidas y momentos felices extirpados, de vidas de celuloide cortadas de cuajo, en nombre de la decencia y la virtud; pero no hay virtud ni decencia que justifiquen lo que él ha hecho hoy, lo que hace cada día de su existencia. Acaba de dar sepelio a su última víctima: un casto beso, que no sonrojaría a un niño, pero que ha causados espasmos al censor. Mañana, tal vez, el condenado sea un leve improperio. Nada está a salvo, ni siquiera su integridad. Sabe que, por absurdo que parezca, por mucho que sus lágrimas aneguen sus ojos, sus tijeras no vacilarán: es el verdugo censor.
Ana Morán Infiesta (Gijón)
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Muy original. Debiero de tener pocos escrúpulos los censores de la época de Hitchcock, por ejemplo. Magnífico relato.
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