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AL CINE, MEJOR SOLO
Mi butaca está en una isla entre el mar de parejas, en medio de los tiburones. Miro el numerito negro de mi entrada y me convence para que atraviese la hilera de piernas comprometidas, enlazadas por los tobillos; así que empujo, me disculpo, les tiro las coca-colas, me siento y en el proceso me insultan.
La película va a empezar. La pared se traga las luces y el tótem blanco me hipnotiza con su perfección geométrica. Es una comedia romántica, y en un gesto de amor, el cine queda felizmente embarazado de parejas que comen palomitas.
Pero yo estoy solo. Y eso no es malo, salvo cuando empieza a llover.
Porque entonces todos sacan sus paraguas de colores y juntan las cabezas, masticando palomitas mojadas sin que les importe mi soledad. Y yo, que intento seguir el hilo de la película, no puedo evitar escuchar el lamento de plástico de los paraguas al encajar cada gota que cae del techo.
—Lástima que no os fuerais todos al parque —digo, empapado.
Y me duele, pues me miran con odio.
Parece que no se dieran cuenta de lo mucho que desearía resguardarme junto a ellos.
Ignacio Cid Hermoso (Móstoles, Madrid)
Una soledad increíble se debe sentir al acudir a un cine sin compañía y además, para ver una película romántica. Bravo por Ignacio.
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