DESEO CONGÉNITO
Deseo ayudarte, mamá.
Es lo que más deseo en este mundo, poder consolarte, acompañarte, quererte, defenderte. Quizá ese sea el principal afán de mi vida, ¿quién sabe? Y no es mal cometido, desde luego. Mis hermanos ya son personas adultas a punto de iniciar sus propias vidas, pronto emprenderán su privativo vuelo, en cambio yo…, yo soy “el fallo”, el hijo tardío que le vendrá bien a tu edad, porque yo quiero que así sea.
Quiero ayudarte, mamá. Estar contigo y suavizar el mal trago que pasaste cuando supiste que existía. Sé que no era ni buen momento, ni querido. Pero a estas alturas soy feliz, mamá, en serio. Me siento dichoso de vivir, latir… ¡Y tú me quieres tanto! ¡Eres tan sensible, tan guapa! ¡Tienes el corazón tan generoso que me enorgullece ser tu hijo!
¡Qué bien estamos los dos solos, mamá!
Disfrutemos de estas horas de quietud, hasta que todos vuelvan. ¡Cuánta paz! ¡Qué necesitados estábamos de paz! La música suena como un bálsamo y tu voz es como un salmo de bonanza. Me gusta que estés despreocupada y relajada, como ahora, disfrutando de este hermoso momento, ¡descansas tan pocas veces! Por favor, mamá, levántate un momentito, remolona y blanda, sin prisa y sin miedo, y cambia el disco. Pon esa música que tanto te agrada, esas trece miniaturas de “Escenas de niños, Op. 15”, de Robert Schumann, que nos gusta a los dos, sobre todo “Ensueño”, el más celebrado fragmento... Gracias, mamá... Si la vida fuese siempre así…
Te quiero con tal fervor que me retuerzo de pena cuando sufres; me achico, me ahogo y el corazón parece que me va a estallar de angustia.
Te han estropeado la vida, mamá. Lo sé. Es terrible reconocer que el demoledor, el que te ha reducido a escombros haya sido mi propio padre. ¡Pobre mamá! Cuando el amor ocupa por entero, la sangre se hace dependiente y el juicio no enjuicia lo enjuiciable, uno se vuelve ciego, como dice la vida. Yo te entiendo, mamá. Te entiendo como si formara parte de tu propio pensamiento, de tu propia voluntad o de tu alma, igual que soy parte de tu propia carne. Entiendo que el amor lo desdibuja todo para trazar encima sus particulares luminarias. ¡Pobre mamá!
Llegados al conflicto, también entiendo a mis hermanos. Ellos son jóvenes, empiezan a vivir y tienen miedo. Temen que se les desmorone la peana de su vida. Es lógico, se angustian y eso les resta brío, les crea inseguridad. La seguridad a su edad es tan imprescindible como respirar, comer o dormir. Necesitan no sentir temor para adentrarse de lleno en la aventura de su propia existencia. Ellos te quieren pero, involuntariamente, te apartan un poco porque los incomodas. Ellos imaginan que viviríamos más en paz al precio de tú aguantar y callar. Es imposible callar lo que duele, silenciar el daño, omitir la traición, lo sé, mamá. Ellos no pueden ponerse en tu piel como yo. Ellos no quieren problemas con ninguno de los dos, padre o madre. Nos has enseñado que la figura de los padres es sagrada. Ellos quieren seguir formando parte de una familia unida, respetable.
Me gustaría ayudarte mamá. Paliar la aplastante soledad que te hunde, esa inseguridad que te ha sembrado papa en la conciencia. Me gustaría colmarte del afecto que te falta, llenarte de la confianza que te ha abandonado. No sé si podré ampararte como pretendo. Lo que tengo claro es que me quedaré contigo. Está pensado, calculado, mamá. Por tu edad y mi tiempo vivirás acompañada, y cuando tu…, en fin, ya me entiendes, cuando me dejes, habré terminado la universidad y haré mi vida con la satisfacción de haber contribuido a mejorar un poco la tuya. “El fallo” terminará siendo tu acierto, lo has de ver. Te cuidaré, mamá.
Y no fue ningún fallo, ¡caramba! Cediste como siempre: con rencor pero, desde luego, con amor. Tú, no puedes plantar cara al hombretón que es mi padre. Tú, tan frágil… Sé que le quieres, y que abrigas la ilusión de que un día cambie… ¿Cómo vas a consentir que tu marido se vaya con otras? ¡Eso nunca! Y cedes, mamá. Es triste la palabra ceder, en lugar de la palabra amar, pero la tristeza quita el deseo de la carne. Cediste por costumbre, por ese “deber” absurdo que te han inculcado… ¡Y aquí estoy yo! “el fallo”. Bendita seas, mamá.
¿Qué puedo hacer para ayudarte? Te casaste tan joven, tan enamorada… ¿Quién te iba a decir que tu compañero de trayecto sería el artífice de tus depresiones, de tus soledades, de tus angustias, de tus miedos e inseguridades, de tu irreversible tristeza… ¡Qué fraude mamá!, de cara a todos somos una bonita familia porque tú eres una gran encubridora. Sólo nosotros conocemos tus brotes de aflicción, de rabia, de impotencia…Él, mamá, es un hombre calculador, subterráneo, estratega, frío…, eso sí, aparentemente equilibrado, pacífico, seguro de sí mismo y con una magnífica labia para hacer amigos. Hay que reconocer, mamá, que mi padre es un magnífico ejemplar masculino, convincente y con una respetable pose de coherencia en el trato con los demás, aunque hacia ti sólo esgrima despotismo y poderío. Eso se desconoce del perfil humano de mi padre, asúmelo, mamá, él da el camelo; entiéndelo igual que yo entiendo que te merecías un compañero, un amigo..., no un fraude.
Te sientes timada en lo más hondo. Te quejas y te quejas, pero él actúa por encima de ti. Te devuelve cada reproche, sin argumento, haciéndote culpable de lo que tú le censuras; repite una y otra y otra vez lo que a ti te lastima, lo que te saca de quicio… Desconozco el calibre de los nubarrones que los maltratadotes albergan en la tormenta de sus mentes. Papá es un artista del camuflaje que no quiere enterarse de tu aflicción, por más que le dices dónde te sangra.
Te vas pudriendo, mamá, porque él no te atiende, ni te responde, ni te considera. Soterradamente se hace la víctima con mis hermanos argumentando su “lógico punto de vista”, su versión de las cosas -para su propio beneficio-. La gente no cambia, mamá ¿no te das cuenta? Por mucho que demandes un poco de respeto, un poco de ternura, un poco de complicidad, con el argumento de que eres su mujer, la madre de sus hijos, no lograrás nada. Él no quiere atender ¿es que no lo ves? Él siempre mudo, ciego, vengativo.
Yo quiero a mi padre, mamá, igual que mis hermanos. No como te queremos a ti, que te has desvivido por nosotros. Sentimos por él un complejo sentimiento de amor-odio, sólo que, a diferencia de ellos, yo te percibo mejor ahora mismo. Ellos sufren porque te ven sufrir, son egoístas, su tiempo es una carrera de pruebas vitales y no se detienen en los obstáculos de tus tristezas. Hacen como que no ven. Involucrarse enteramente supondría tomar partido y papá te daña cuando ellos no pueden ser testigos. Comprende a mis hermanos… Sí, ya sé que lo haces. Ya sabemos cuan grande es tu amor. Sólo deseaba repetirte que ellos también te aman.
Deseo ayudarte, mamá. Llenarte del cariño que te falta. Cariño y apoyo es lo único que pides. Y él te responde con su espalda, así de literal y cierto… ¡Qué bien controla papá sus emociones, su silencio, sus calculadas maquinaciones… Y te vas pudriendo, mamá...
Y no te callas. Tal vez si te callaras y aguantaras... ¿Pero cómo se puede amalgamar la pena con saliva, hacer un bolo y tragar de golpe? No puedes aguantar los malos tratos y te ahogas… No enmudeces ante sus ataques y él toma nota para luego actuar como sabe hacerlo, relegándote, menguándote, omitiéndote. No te das por vencida y sigues con tus reproches, esperando algún cambio. La gente no cambia. Tampoco cambias tu, mamá. Por más que el sexto sentido te sugiere prudencia, por más que todos te aconsejamos que pases, que aguantes… Pretendes modificar lo que ya, de tan arraigado, es inamovible. Y él obra en silencio, calculando cómo ahondar la herida, cómo bordar el daño...
En todas las familias existe lo que parece y lo que realmente es. La nuestra no iba a ser una excepción. En la vida de papá te quedaste sin sitio. Entiendo que tengas miedo. Los malos tratos, del tipo que sean, son producto de taras, complejos, envidia, prepotencia… Tú llevas camino de enloquecer, mamá, y nadie te asegura que la tortura psicológica no derive, cualquier día, en acoso físico. Todos tenemos miedo… Oigo que llega papá.
¡Dios mío, mamá…! ¡Mamá, por favor, no me sueltes…! ¡No me dejes, mamá…!
Deseaba ayudarte, mamá, ya quedaba poco. ¿Te duele mucho? El empujón contra la pared ha sido brutal, el muro estaba demasiado cerca. Cuando te has caído agarrándote el voluminoso vientre tu alarido ha sonado a réquiem…
Deseaba hacerte un poco feliz… Papá nos ha estropeado la música, ha roto la melodía de mi vida. Quería ser tu consuelo, mamá. Ya no es posible…, muero…
Julia Gallo Sanz
(Cuento finalista publicado en la antología “Relatos breves” Día de la Mujer- Navalmoral de la Mata 2008)
TELÉFONO DE MALOS TRATOS |
Realmente sobrecogedor. Y una pena que sea tan real. Enhorabuena, Julia.
ResponderEliminarJulia es un relato estupendo y una lástima que el que pensaba ser el salvador de esa mujer mura en el intento. Toca un tema en constante actualidad y una realidad a la que desgraciadamente nos estamos acostumbrando y contra eso también hay que revelarse y luchar.
ResponderEliminarGracias, Javier, por publicarlo e ilustrarlo con fotos tan significativas. Igualmente, Juan.
ResponderEliminarMarcos, agradezco tu solidaria opinión. En efecto, real como la vida misma, no tenemos más que asomarnos a los medios para escuchar cada día el gran número de víctimas que se cobra esta lacra social.
Graciela, es una lástima, sí. Por mucho que la voz clame mediante ley, pancarta, relato o poema, toda denuncia será siempre insuficiente. Un beso.
Julia Gallo Sanz