31 de octubre
Marian era una mujer madura, bella y un poco inconsciente. Su independencia la llevó a permanecer soltera, a pesar de haber tenido varios pretendientes. Además, debió ocuparse de su madre de avanzada edad. Siempre gozó de buenos amigos, y un humor excelente. Pero el pasado verano debió enfrentarse a uno de los episodios más duros de su vida.
La perdida de su madre le hacía sentirse bastante sola. Únicamente en el campo, se encontraba más serena. Su único hermano Pablo, también tenía una casa junto a la suya. Allí en la pequeña y cómoda cabaña de madera, donde no faltaba un solo detalle, había vivido momentos inolvidables con sus seres queridos y amigos. Innumerables barbacoas y paellas se habían cocinado con cariño sobre la leña de encina. Agradables conversaciones hasta bien entrada la noche entre bromas y risas. Y cuentos de terror a la luz de la luna. Ahora en el paisaje del otoño había ausencias y tristeza, mucha tristeza . No había pensado en ir al campo el fin de semana del 31 de octubre, pero recordó que su hermano tampoco podía ir. Era un problema, pues había que echar de comer al “mini”, un gato negro asilvestrado que cariñosamente había adoptado Marian, y que dormía en el pequeño invernadero.
Pues no había más remedio que ir. A pesar de hacer un tiempo infernal de lluvia y viento. Marian preparó todo y se dirigió a coger el coche. Al llegar junto al vehículo, vio que tenía una rueda pinchada. Gracias a que su vecino Gerardo estaba en casa pudo cambiar la rueda, pero la de repuesto, estaba en bastante mal estado, por lo que su vecino le desaconsejó el viaje.
Ella le dijo que iría despacito, aunque las precauciones y sensatez en Marian, eran mera declaración de intenciones. Llovía con fuerza, y en un par de ocasiones, el coche resbaló. Dando un buen susto a su conductora.
Al final llegó a la pequeña casa, todo alrededor estaba desolado. Con ese tiempo de perros, quien iba a querer pasar allí un fin de semana. Solamente alguien tan “cabeza loca” como ella. Mientras abría el maletero para sacar las provisiones, un fuerte trueno la sobresaltó, e hizo que levantara la cabeza con brusquedad, hiriéndose con el pico de la puerta en el pómulo. Al llevarse la mano a la cara vio que sangraba, al tiempo que el cartón de huevos se estrellaba contra el camino de piedra.
Los templados nervios de Marian comenzaban a desatarse al igual que los rayos y relámpagos de la tormenta. Comenzó a llamar al gato. ¡Mini! ¡Mini! Pero este no acudió a la llamada del ama. Por fin entró en la casa, hacía mucho frío, Lo primero que hizo, es poner la calefacción, fue a la cocina y prendió el calentador. Volvió al coche a recoger las últimas cosas.
Llamó otra vez al gato, pero no obtuvo respuesta. Entró en la casa y comenzó a colocar las cosas, estaba muerta de frío, fue a subir la calefacción, y vio que estaba apagada. Cogió la bombona de butano a pulso. Y pudo sentir que estaba vacía.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda... Se dirigió a la caseta que hacía las veces de despensa y trastero, a ver si la otra de repuesto estaba llena. Aunque Marian no era miedosa, el ir a la caseta de noche, siempre le producía una sensación de intranquilidad. Abrió la puerta, y a tientas busco el pulsador de la luz, sus dedos se encontraron con algo viscoso que se movía, dio un grito de asco, luego pensó que sería una insignificante babosa y se tranquilizó. Encontró la llave de la luz, pero al accionarla no se encendió. miró por la ventana y vio que todo era oscuridad. En la casa, tampoco había luz. Seguramente la tormenta habría provocado alguna avería. A tientas buscaba la bombona medio agachada. Por fin la encontró, y además estaba llena, al incorporarse, su hombro derecho, tropezó con una estantería, vertiendo su contenido de botes de pintura, cestos y otros cachivaches sobre el cuerpo de Marian, le hizo bastante daño, y se sintió muy mal. Arrodillada en el suelo comenzó a llorar recordando a su madre al sentirse tan sola y abatida. De pronto algo se abalanzo sobre su espalda dando un horripilante aullido. Era el “mini” el gato que chorreando acudía al calor de su ama.
Después del susto, Marian le secó con su ropa, y le colmó de besos. Abatida, arrastró la bombona de gas hasta la casa. Pero no sirvió de nada, pues al no haber corriente, el calentador no funcionaba. Encendió unas velas, dio de comer a su gato y se puso ropa seca. Preparó un té, y se acurrucó con una manta en el sillón de orejas. Debido al cansancio entró en un duermevela que fue interrumpido por un fuerte sonido metálico. Marian sobresaltada, miro el reloj, era casi media noche. Seguía sin haber luz. El ruido que la despertó provenía de la puerta de atrás del jardín, la cual daba a un barranco donde se arrojaban toda clase de trastos inservibles. Busco el móvil para llamar a su hermano y tranquilizarse un poco, pero al abrirlo, dos desagradables zumbidos, la alertaron de que estaba sin batería. El ruido seguía, algo debía golpear la puerta de hierro por la acción del viento.
Aunque con bastante miedo decidió ir a ver que pasaba, total era poco mas de quince metros. Cogió una pequeña linterna y se encaminó a la puerta, el viento aullaba y la lluvia helada, parecía clavarse en la piel. Efectivamente, pudo comprobar, como una plancha de “uralita” del tejado de la caseta, había volado y estaba enganchada entre las ramas de una encina y la puerta.
Como por el interior no pudo liberarla, lo intento por la parte de afuera, descorrió el cerrojo y una vez situada por detrás trato de desengancharla, pero en esta maniobra, perdió el equilibrio y resbaló, precipitándose por el barranco entre barro y hojas. Cuando su cuerpo se detuvo, quiso tratar de subir, pero era imposible, tenía el pie izquierdo enganchado y con mucho dolor, no podía ver nada, solo una pequeña luz de la linterna mas arriba. Grito con desesperación, pero nadie podía escucharla, pues la casa mas cercana era la de su hermano y este no estaba . Trató de remover a su alrededor diversos objetos y ramas que no podía ver. Había un olor nauseabundo. Marian trataba de escarbar, y en su empeño, toco algo que la dejó helada, era largo duro y viscoso con forma de...
¡Una mano! Debía ser una mano en estado de descomposición. Marian se sintió morir de terror y angustia. Como podía estar pasando todo aquello.
El dolor era tan fuerte, que le hizo perder el conocimiento. Un cosquilleo en su cara la despertó, era “Sultán” el perro de su sobrino Alejandro, que descendía por el barranco, empezaba a clarear. Al llegar junto a ella, Marian, se abrazó al cuello de su sobrino. El cual le comentó que estaban preocupados, y que decidieron ir porque al no contestar al móvil, temieron que hubiera sucedido algo malo, como así fue. Cuando amaneció pudieron ver en el barranco el cadáver medio desenterrado de una mujer mayor. Avisada la policía e investigado el caso, el cuerpo resultó ser de la tía de unos vecinos, que según ellos llevaba recluida en un sanatorio para enfermos mentales y no estaban dispuestos a esperar mas para cobrarse la herencia.
© Javier Bueno
Estupendo relato con un genial final, Javier. Mi enhorabuena. Excelente para pasar la próxima noche de difuntos. Hay que lo que hacen algunos por cobrar una herencia...
ResponderEliminarUn abrazo.
MUCHAS GRACIAS MARCOS, siempre tienes un comentario que anima mucho. Un abrazo
ResponderEliminarJavier
Escalofriante relato para cualquier noche de tormenta.
ResponderEliminarUn abrazo